domingo, 14 de marzo de 2010

Toyota


26/2/2010
Toyota y el precio de la modernidad

Cómo distinguir el fallo idiosincrásico del fallo sistémico - por ejemplo, el único modelo defectuoso que salió de la cadena de montaje frente a un problema intrínseco inherente a la ingeniería de ese modelo? ¿Cómo se diferencia la fisiología de un paciente que da lugar a un efecto secundario del problema intrínseco que reviste una medicación haciéndola extremadamente peligrosa?
Por Charles Krauthammer

Sorprendentemente, las vistas del Congreso sobre Toyota fueron relativamente civilizadas. Aparte del comportamiento teatral inevitable de matón, la sesión fue en general respetuosa y las emociones templadas. Esto resultó aún más notable teniendo en cuenta el drama de parte de los testimonios, como el prestado por una llorosa Rhonda Smith que relató cómo, en su Lexus fuera de control, había llamado a su marido porque "quería escuchar su voz una vez más".

Historias así de desgarradoras y convincentes podrían hacerle desear colgar al primer ejecutivo de Toyota que se eche a la cara. Pero la cuestión aquí es más genérica y muy compleja.

La sociedad industrial produce un abanico asombrosamente amplio de productos a gran escala - automóviles, medicamentos, dispositivos médicos - que son maravillosos y potencialmente letales a la vez.

La maravilla en ocasiones se nos escapa. Hasta el trabajador de salario más modesto tiene un automóvil que le traslada con más lujo, más libertad y más comodidad de la que experimentó nunca ningún rey de viaje en todos los siglos anteriores al siglo XX. Y los medicamentos modernos - solo las vacunas - han evitado más sufrimiento, más secuelas y más muertes que nada que haya sido concebido jamás por el hombre.

Sin embargo, estas maravillas pueden ser letales. Y el ordenamiento de las interminables quejas motivadas por estos productos es exasperantemente difícil - aunque hay que ordenar, de lo contrario cada queja exigiría el cierre de fábricas, y no tendríamos sociedad industrial ninguna.

La pregunta es: ¿Cómo distinguir el fallo idiosincrásico del fallo sistémico - por ejemplo, el único modelo defectuoso que salió de la cadena de montaje frente a un problema intrínseco inherente a la ingeniería de ese modelo? ¿Cómo se diferencia la fisiología de un paciente que da lugar a un efecto secundario del problema intrínseco que reviste una medicación haciéndola extremadamente peligrosa?

Piense en la singularidad de esos anuncios de medicamentos que aparecen en televisión. 15 segundos de presunto esfuerzo terapéutico, seguidos de 45 segundos de una lista leída a gran velocidad de los horribles efectos secundarios posibles. Cuando el anuncio ha terminado, no recuerdo nada de lo que se supone que hace el tratamiento, aparte de quizá mareos, daños renales, vómitos, una erupción desagradable, una erección de cuatro horas o la muerte súbita. La muerte súbita es mi favorita porque tiene algo de cómico que sea un efecto secundario. ¿Cuál es exactamente el efecto (BEG ITAL)primario(END ITAL) en esos casos? ¿Alivio de los gases?

¿Y cuántas muertes súbitas son necesarias para que digamos: "Basta", y retiremos el medicamento del mercado?

No es un cálculo fácil. Hace seis años, el Vioxx, un poderoso antiinflamatorio, fue retirado por el fabricante ya que se constató que aumenta el riesgo de ataque cardíaco y accidente cerebrovascular de una incidencia del 0,75 por ciento anual al 1,5 por ciento. El fabricante fue sometido a la humillación pública por no haberse dado cuenta antes, pero algunos reumatólogos quedaron indignados porque el preparado fuera sacado de circulación. Tenían pacientes de artritis paralizante que habían logrado una vida funcional gracias al Vioxx, por lo que estaban muy dispuestos a asumir el riesgo de improbables complicaciones cardíacas. La indignación de la opinión pública les negó la elección.

Y no concibo que no sepamos calcular fríamente el precio de una vida humana. En 1974, el límite de velocidad fue rebajado a 55 MPH con el fin de ahorrar combustible. Eso también condujo a un dramático descenso en los accidentes mortales de tráfico - cerca de 3.000 vidas cada año. Esto no nos impidió, pasada la crisis del petróleo, elevar el límite de velocidad de nuevo a los 65 y más allá - sabiendo que miles de estadounidenses morían como resultado de ello.

La cifra nunca fue explícita pero sin embargo era real. Estábamos completamente dispuestos a canjear un número finito de vidas humanas a cambio de velocidad, y de la eficacia y la conveniencia que provienen de ella.

Esto no pretende absolver a Toyota simplemente porque todos los productos conlleven un riesgo. Los ejecutivos de Toyota han reconocido ya que habían subestimado los informes que hablaban de aceleradores que se enganchan. Parecen haber realizado por fin un esfuerzo muy riguroso, casi frenético, por corregir lo que se puede corregir - la esterilla que cubre el interior y el problema del acelerador que se engancha - sin dejar de investigar la posibilidad más difícil (nunca demostrada y puede que nunca demostrable) de algún problema electrónico adicional.

Pero no supone ninguna falta de respeto a la memoria de aquellos que han perdido la vida, ni al dolor de los que se han quedado, admitir simplemente que hasta la tecnología más puntera fabricada por las mejores empresas del mundo puede ser falible y mortal, y que la respuesta inteligente no es la indignación y las represalias sino el remedio sobrio y el reconocimiento del elevado precio que pagamos - de muy buen grado - por la modernidad y todas sus generosas y peligrosas recompensas.

© 2010, The Washington Post Writers Group

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