domingo, 21 de marzo de 2010

Anarquia sin despotismo

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¿Cómo evitar la anarquía sin recaer en el despotismo?

Mariano Grondona

 
Domingo 21 de marzo de 2010 | Publicado en edición impresa 

SI entendemos por "pensadores malditos" a aquellos que, por decir lo que nadie se atrevía a decir, fueron "políticamente incorrectos" ante el ingenuo optimismo que los rodeaba, el inglés Thomas Hobbes (1588-1679) ocuparía el podio. Lejos de ser "biempensantes", Hobbes y otros pensadores afines como Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fueron "pesimistas" en el sentido de que, en lugar de postular el bien deseable de la república democrática, para ellos ideal pero utópico, querían evitar al menos el mal temible de la anarquía, una enfermedad según ellos probable dada la debilidad de la naturaleza humana. Fue en esta vena que Hobbes, en su famoso Leviatán , se preguntó cuál es el peor de los dos grandes males políticos que acechan a la humanidad, si la anarquía o la tiranía . Su respuesta fue contundente: la anarquía es peor aún que la tiranía porque, en tanto que en ésta los ciudadanos únicamente necesitan obedecer los caprichos de una sola persona, y si lo hacen quedan a salvo, en aquélla no saben a ciencia hacia dónde huir porque cientos, quizá miles de "tiranuelos" andan por las calles.

Si la virtud, como quería Aristóteles, reside en un "justo medio", las naciones bien ordenadas son aquellas que han demostrado ser capaces de eludir al mismo tiempo los dos extremos de la opresión y la evaporación del poder. Esta es la nota sobresaliente que obtienen hoy países políticamente cuasi desarrollados como Brasil, Chile, Uruguay y Colombia. Pero otros países, por ser políticamente subdesarrollados, oscilan bruscamente todavía entre aquellos dos extremos. A estos países los aqueja un mal que ha sido bautizado como "el síndrome anárquico-autoritario" porque las sociedades que lo padecen no obtienen el necesario equilibrio entre el gigantismo y el enanismo del poder. Entre esas sociedades aún figura, lamentablemente, la nuestra.

De De la Rúa a Kirchner

Por más de cuarenta años, de 1810 en adelante, la Argentina inicial fue "anárquico-autoritaria" por las luchas feroces entre unitarios y federales. La tiranía de Rosas puso un cruel punto final a sus oscilaciones hasta que, inspirado por Alberdi, Urquiza nos colocó en el prometedor camino de las repúblicas bien ordenadas. Pero a partir del golpe militar de 1930, la Argentina anárquico-autoritaria volvió a las andadas.

Su manifestación más reciente fue el paso de la anarquía en tiempos de De la Rúa al despotismo en tiempos de Kirchner. Como, según la tesis de Hobbes en el Leviatán , cuando las papas queman el pueblo suele resignarse al exceso de poder con tal de evitar el abismo aún más profundo de su ausencia, Kirchner, nuestro nuevo "restaurador de las leyes", obtuvo un rápido consenso que confirmarían sus victorias electorales de 2005 y 2007. Y si lo llamamos "déspota" en lugar de "tirano", es porque todavía no ha metido presos a sus opositores, aunque nadie puede decir hasta dónde llegaría si pudiera concretar su confesado propósito de gobernar de 2011 a 2020. En tal caso, la evidente tiranía de Chávez le quedaría peligrosamente cerca.

Estas observaciones cobran una inquietante actualidad ante el panorama cuasi anárquico que nos brinda un Congreso en el cual, aunque el kirchnerismo ya no predomina, tampoco logran hacerlo sus opositores. Mientras Kirchner conserva el control absoluto del Ejecutivo, tanto las indecisas sesiones del Congreso como las contradictorias decisiones judiciales que la Corte -ella misma de origen kirchnerista- no puede o no quiere armonizar terminan por diseñar un cuadro potencialmente anárquico o, como suelen calificarlo los observadores, un precario empate en la pugna por el poder entre el kirchnerismo, que aún prevalece, y el no kirchnerismo, que procura desplazarlo.

Por su parte el pueblo, después de haberse resignado en un principio al despotismo inicial de los Kirchner en 2005 y 2007, pero advirtiendo al fin la veta autoritaria de ambos, terminó por bajarles el pulgar en las elecciones de 2009. La última esperanza que le queda al matrimonio es que, después de haber comprobado en el Congreso que no hay quién gobierne, el pueblo se incline al fin por la aún fresca nostalgia del poder total. El objetivo de los Kirchner parece ser, en este sentido, demostrarle al pueblo que, sin ellos, es imposible gobernar. Si esta demostración fuera eventualmente completada, ¿se resignaría otra vez el pueblo a preferir el despotismo como la única alternativa viable a la anarquía? "Con nosotros, el despotismo; sin nosotros, la anarquía": ¿es éste el dilema crucial que los empecinados Kirchner pretenden presentar?

El "re-reeleccionismo"

Si la búsqueda del poder total es la tendencia "política" dominante de los regímenes autoritarios de la América latina actual, a su servicio opera una tendencia "institucional", el re-reeleccionismo , entendiéndose por tal el empeño de reelegir indefinidamente a un "hombre fuerte", ya se llame Chávez, Morales, Correa u Ortega. Contra esta característica, funesta para la democracia, se eleva en cambio el no reeleccionismo, que bloquea la enervante tentación de acudir a un "hombre fuerte" en naciones como Brasil, Chile, Uruguay y Colombia, que ya están en el umbral del desarrollo político.

Entre nosotros, ya Menem pretendió la re-reelección en 1999. Informes confiables señalan sin embargo que la propia Corte Suprema de Nazareno, si bien presuntamente menemista, fue la que opuso una valla infranqueable a la aspiración re-reeleccionista de Menem al sugerirle discretamente al presidente que sólo podría considerar sus apetencias si encabezaba las encuestas. Pero la estrella ya declinante de Menem no satisfizo esta consideración de alcance práctico. A la vista de lo que había ocurrido en este caso, la pareja kirchnerista del poder concibió entonces una ingeniosa chicana para eludir el espíritu de nuestra Constitución de 1994, que, al igual que las de los países latinoamericanos auténticamente republicanos, prohíbe expresamente dos reelecciones presidenciales consecutivas. La forma de sortear esta barrera consistió en suplantar el abierto no reeleccionismo de 1994, inspirado por Raúl Alfonsín, mediante la fórmula oblicua del re-reeleccionismo conyugal, un recurso que, si el pueblo lo secundara, permitiría la permanencia del matrimonio Kirchner en el poder hasta 2020 y aún más allá.

Dos vallas se interponen entonces entre la aspiración vitalicia o dinástica de los Kirchner y la república democrática. Una, "política", es que el pueblo mantenga en 2011 el rechazo a la pareja que ya anticipó en 2009. La otra, "institucional", es que la Corte actual prolongue de algún modo la prohibición del re-reeleccionismo que le impidió a Menem perpetuarse en el poder en 1999. Para todos los efectos prácticos, la elección de Cristina Kirchner en 2007 fue, en lo sustancial, una "reelección" de la pareja indisoluble que ella integra. ¿Se animará la Corte actual, pese a su origen, a reforzar entre nosotros el no reeleccionismo que garantiza a Brasil, Uruguay, Chile y Colombia la continuidad del antipersonalismo republicano? Esta posibilidad, hoy, parece remota, pero aun así continúa siendo verdad que, en las repúblicas presidenciales como la nuestra, la única alternativa viable al personalismo vitalicio o dinástico es que, ya sea en los estrados judiciales o en las urnas, los argentinos decidan ponerles un punto final en 2011 a las aspiraciones al poder interminable que los gobernantes de hoy encarnan y que es, en definitiva, un "chavismo embozado".


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