miércoles, 17 de marzo de 2010

El canto del cisne

El canto del cisne

Por: Abelardo Sánchez León
Miércoles 17 de Marzo del 2010

La clase media ha dejado de funcionar como un modelo de la ilustración y, más bien, en su afán de sobrevivir ha empezado a tener una conducta coqueta con los márgenes de la ley, conservando, por cierto, un pie dentro del sistema, pero el otro atisbando en los territorios de la informalidad.

Un vecino construye en medio del jardín de su casa un edificio de tres pisos. Con las justas tarrajea una de las paredes y la otra la deja inconclusa. El motivo: alquilar los cuartos (deben ser doce) y acumular para su vejez. Cuando alguien le hace alguna observación, el propietario del inmueble se indigna, levanta la voz, y razona de la siguiente manera: "Es mi casa y en mi casa hago lo que me da la gana". Olvida que su inmueble queda en una cuadra, en una manzana, en un distrito, en una ciudad. Cree que vive en una isla.

Otro vecino ha decidido implementar en el frente de su casa una tienda informal de vehículos de segunda mano. Camina, ufano, por la calle, moviendo y estacionando cada uno de los carros y apropiándose de casi toda la cuadra. Si alguien le llama la atención porque le incomoda la venta callejera, se enfada, es capaz de amenazar con las manos y decir que no le pueden quitar el pan de la boca a sus hijitos.

En San Antonio se ha puesto de moda que una serie de "free lance" utilicen las instalaciones de la concurrida cafetería como si fuese su oficina, sobre todo entre las 11a.m. y la 1 p.m. Piden café y utilizan dos o tres celulares para llevar adelante sus contactos, sus negocios, sus ventas. Aquel solitario en apariencia habla como loco, levanta la voz para darse a entender y se pasa horas incomodando a los parroquianos si tienen la desgracia de buscar silencio o una conversación en intimidad, que también puede ser de negocios, pero sin dar de chillidos.

Ninguno de los tres personajes que he presentado tiene el derecho de criticar al carretillero con su megáfono, al vendedor callejero, al microbusero cuando embiste o a las barras bravas cuando ganan achoradas las calles. Su modelo más extremo es Calígula y su ansia más notoria es mantenerse en Surco o en San Borja, pasar piola en un distrito tiza, pero a su manera, imponiendo condiciones, prevaleciendo su propio interés, atentando, de ser necesario, contra la convivencia.

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