sábado, 24 de abril de 2010

La ultima de Coqui


La última de Jorgito

Respuesta a las mentiras desesperadas de Del Castillo

Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

Tiempo que no me reía tanto como ayer al leer la entrevista a Jorge del Castillo en Hildebrandt en sus trece, la nueva revista a la que le deseo suerte y larga vida.

Cuando la entrevista estaba por finalizar, y sin que lo pregunte César Hildebrandt, Del Castillo se lanzó con la del estribo: "Pero antes de terminar, quería hablarle brevemente de dos casos. Uno es el de Augusto Álvarez Rodrich. Él me llamó una vez desesperado y me dijo: Jorge, quiero hablar contigo. Yo fui a su casa. Me dijo que estaba a punto de ser sentenciado en un juicio que, por difamación, le había entablado Judith de la Matta. Yo hablé con Judith y la convencí y Judith retiró la demanda. ¿Eso es tráfico de influencias?".

(Luego Del Castillo prosiguió con una infamia parecida sobre Rosa María Palacios).

Del Castillo miente. La verdad es esta: Por el año 2004, fui demandado por la congresista De la Matta por un comentario que hice en el programa Rueda de prensa de Canal N. Estando el caso en la Corte Suprema, una noche asistí al cumpleaños de Raúl Vargas en el restaurante 'Al grano', y en el grupo en el que estaba se comentó de mi juicio. Uno de los presentes, Fernán Altuve, aprovechó que justo pasaba por ahí el congresista aprista José Luis Delgado y se lo dijo. Delgado señaló que se informaría del tema. Dos días después, él me llamó y me dijo que De la Matta desistiría de su denuncia, lo cual me lo comunicó ella misma al día siguiente. Yo jamás llamé a Del Castillo, ni a ningún otro aprista, para que intercediera por mí. Esa es la verdad.

La única vez que Del Castillo fue a mi casa fue a pedido suyo. En noviembre del 2006, cuando César Hildebrandt acababa de destapar lo del hijo extramatrimonial de Alan García, una tarde el premier me llamó por teléfono para pedirme, con urgencia, una reunión.

Parecía desesperado. Le dije que estaba apurado pues debía tomar un avión a Arequipa para ir al CADE.

Llegó a la media hora, y me dijo que estaban enterados –olvidé preguntarle cómo– de que yo tenía información adicional sobre el hijo del presidente García, lo cual era cierto. Le respondí que mi política informativa es nunca meterme en la vida íntima de las personas, salvo que esto fuera estrictamente necesario para demostrar un caso de mal manejo de recursos públicos o el recorte de derechos legítimos de un menor. Como eso no ocurría en ese caso, yo no publicaría esa información.

Recuerdo haberle dicho al entonces premier, casi al final de la cita en mi casa, que, si yo iba a criticar su gestión, no sería por temas íntimos o privados, sino por asuntos referidos a malas políticas públicas o por corrupción.

Eso último fue, justamente, lo que ocurrió dos años después cuando en el diario Perú.21 que yo dirigía denunciamos los petroaudios, lo cual –ironías de la vida– a los dos nos costó nuestros respectivos empleos. A él por denunciado y a mí por denunciarlo.

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