sábado, 10 de julio de 2010

Libertad

recibido de otra lista
gracias itata, que renace de las cenizas
salud!

 


¿Libertad o propiedad? Antorchas en la biblioteca

Por Carlos Sánchez Almeida

En este ocaso somos aún antorchas, luz que sobresale en el horizonte. Y,
mientras esta muralla resista, seremos custodios de la Palabra divina.

- Así sea –dijo Guillermo con tono devoto–. Pero, ¿qué tiene que ver eso con
la prohibición de visitar la biblioteca?

- Mirad, fray Guillermo –dijo el Abad–, para poder realizar la inmensa y
santa obra que atesoran aquellos muros –y señaló hacia la mole del Edificio,
que en parte se divisaba por la ventana de la celda, más alta incluso que la
iglesia abacial– hombres devotos han trabajado durante siglos, observando
unas reglas de hierro. La biblioteca se construyó según un plano que ha
permanecido oculto durante siglos, y que ninguno de los monjes está llamado
a conocer. Sólo posee ese secreto el bibliotecario, que lo ha recibido del
bibliotecario anterior, y que, a su vez, lo transmitirá a su ayudante, con
suficiente antelación como para que la muerte no lo sorprenda y la comunidad
no se vea privada de ese saber. Y los labios de ambos están sellados por el
juramento de no divulgarlo. Sólo el bibliotecario, además de saber, está
autorizado a moverse por el laberinto de los libros, sólo él sabe dónde
encontrarlos y dónde guardarlos, sólo él es responsable de su conservación.
Los otros monjes trabajan en el scriptorium y pueden conocer la lista de los
volúmenes que contiene la biblioteca. Pero una lista de títulos no suele
decir demasiado: sólo el bibliotecario sabe, por la colocación del volumen,
por su grado de inaccesibilidad, qué tipo de secretos, de verdades o de
mentiras encierra cada libro. Sólo él decide cómo, cuándo, y si conviene,
suministrarlo al monje que lo solicita, a veces no sin antes haber
consultado conmigo. Porque no todas las verdades son para todos los oídos,
ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma
piadosa, y, por último, los monjes están en el scriptorium para realizar una
tarea determinada, que requiere la lectura de ciertos libros y no de otros,
y no para satisfacer la necia curiosidad que puedan sentir, ya sea por
flaqueza de sus mentes, por soberbia o por sugestión diabólica.

-- Umberto Eco, "El nombre de la rosa"

Orden y caos

No inicio esta conferencia con una cita de Umberto Eco por casualidad. El
propio título, "Antorchas en la Biblioteca", hace referencia a una frase de
la obra maestra del semiólogo italiano, nacido –las cosas del destino- en un
pueblo italiano llamado Alessandria: "En este ocaso somos aún antorchas, luz
que sobresale en el horizonte".

Nacer en un sitio llamado Alessandria, y ser un apasionado de las
bibliotecas acaba por condicionar el carácter de un hombre, hasta el punto
que su obra cumbre gire en torno a una biblioteca amenazada por las llamas.
Unas llamas que pueden iniciar precisamente aquellos que se consideran
antorchas del saber, y que cargan contra Internet cada vez que reciben un
doctorado honoris causa...

El tema de la biblioteca en peligro también es recurrente en mis
conferencias, pese a que lo más cerca que he estado de Alejandría ha sido
gracias a los libros de Terenci Moix, muy especialmente el que parte de un
verso de Kavafis: "No digas que fue un sueño". Otro título que también sería
muy apropiado para los tiempos confusos que vive Internet, esta gran
Biblioteca, hoy en peligro por obra y gracia de los mercaderes de la
propiedad intelectual.

Lo cierto es que la idea de una biblioteca universal me ha perseguido
siempre, desde muy pequeño: uno de mis recuerdos más lejanos me sitúa
perdido en un sofá de escay rojo -muy años sesenta- intentando sostener un
pesado tomo de la enciclopedia Larousse. Mudo de asombro al comprender que
la única forma de entender las historias era siguiendo las referencias
cruzadas entre los distintos tomos.

Es un recuerdo simultáneo al de mi atracción por el caos, que me llevó a
recortar las letras de los separadores que permitían clasificar las carpetas
de mi tío abuelo. Con la consiguiente zurra de la autoridad competente, fiel
defensora del orden alfabético.

Umberto Eco siempre ha creído en la necesidad de una Biblioteca como símbolo
del orden, ineludible a su juicio para conservar el conocimiento. A
diferencia del catedrático de Bolonia, creo que la única construcción humana
capaz de cumplir con tal objetivo es una Biblioteca descentralizada, en la
que aparentemente reine el caos.

Hiperenlaces: la "naturaleza" profunda de la Red

El caos es un orden por interpretar, cuya comprensión está vedada a quien
necesite pensar de una forma jerárquica, rígidamente estructurada. Los
devotos del orden alfabético nunca entenderán la Red, y precisamente por
ello pueden causar mucho daño.

En la Biblioteca de Babel todo son referencias cruzadas. Un índice completo
es imposible, al igual que su antónimo: el índice de libros prohibidos. Pero
no por ello nuestros políticos dejarán de buscarlo, hasta el punto de
intentar dañar la Biblioteca.

Sinapsis es un término griego, cuyo significado es enlace. Y la sinapsis
neuronal, la forma en que se comunican las neuronas entre sí, es
posiblemente el mejor ejemplo biológico para explicar Internet. La
"naturaleza" de la Red está basada en la sinapsis de sus neuronas, en sus
hiperenlaces.

Nada es casual: si entrecomillo "naturaleza" es porque Internet es una
construcción humana, y como tal construcción, carece de otra naturaleza que
no sea la que le han dado los arquitectos de sistemas. Coincido con Lessig
en este punto: es preferible hablar de la arquitectura profunda de la Red.
Pero como me dirijo a políticos, tengo que utilizar un lenguaje sencillo,
que ellos puedan entender, desde su simplicidad necesitada de parábolas.

Caótica como la química orgánica, y como la química orgánica, basada en los
enlaces: Internet fermenta a diario, y no deja de crecer. No es extraño,
pues, que hablemos de su "naturaleza", dado que se comporta como un ser
vivo. Pero sólo lo es en apariencia: lo que está vivo en ella son las
personas que la habitan. Sin embargo, hay algo en su arquitectura que la
hace saltar como si estuviese dotada de sistema nervioso: la resistencia a
la censura.

Lo dijo John Gilmore: Internet interpreta la censura como un daño, y todo su
sistema de defensa se sensibiliza para aislar al invasor. Ha pasado cientos
de veces, y seguirá pasando. No quieres caldo, pues toma dos tazas: ahí está
La Lista de Sinde para demostrarlo.

Perseguir de cualquier forma los enlaces de hipertexto, en tanto que simples
enlaces, es perseguir Internet. Y es la forma más sencilla de conseguir la
unidad de todas las fuerzas de resistencia en contra de la censura: algo que
en cualquier otra circunstancia sería imposible, habida cuenta de las
diferencias culturales e ideológicas de las diferentes tribus que conforman
la Red.

La Ley Sinde, una enfermedad neuronal

La pretensión del Gobierno Zapatero es modificar el tratamiento jurídico de
los hipervínculos de Internet, de forma que puedan cerrarse las páginas que
recopilan enlaces a contenidos protegidos por derechos de autor. En lugar de
focalizar el problema en la vigente Ley de Propiedad Intelectual –que no
define el enlace como comunicación pública de las obras- el Gobierno
pretende otorgar competencias a un órgano administrativo, la Sección Segunda
de la Comisión de Propiedad Intelectual del Ministerio de Cultura, para que
por ésta se determine qué páginas deben ser cerradas.

El sistema mental de nuestros políticos es un triste reflejo de las
estructuras jerárquicas donde medran. Unas estructuras jerárquicas, caldo de
cultivo de toda corrupción, que les impiden comprender la complejidad de la
sociedad-red emergente. En su simpleza, piensan que pueden identificar el
índice de libros prohibidos que les permita censurar la Biblioteca. Como
quien le quita a un niño el tomo de la letra P de la enciclopedia, para que
no pueda buscar la Palabra Prohibida.

No entienden nada. De la misma forma que se aísla al invasor, la propia Red
es capaz de restaurar sus sinapsis dañadas, circunvalando cualquier tipo de
censura. A la larga, el derroche de fondos públicos no servirá para mucho.
Pero eso no quiere decir que la Ley Sinde no sea dañina: cualquier
mutilación de la Red puede ser un infinito drama humano, como lo es
cualquier abuso del poder sobre la ciudadanía.

Como ya pusieran de manifiesto David Bravo y Javier de la Cueva, la razón
última de la reforma es la falta de confianza del Ejecutivo y de los
abogados de las multinacionales del entretenimiento en la judicatura
española, que no interpreta las leyes como a aquéllos les gustaría. Nada es
más manejable que un Gobierno en decadencia, infinitamente más flexible que
jueces y fiscales a la hora de adaptarse a las necesidades del verdadero
poder.

No me extenderé aquí sobre las razones que hacen de la Ley Sinde una mala
ley. Es mucho más esclarecedor leer lo que han dicho de ella los magistrados
encargados de aplicarla, los catedráticos que tendrían que estudiarla, o los
abogados que habrían de utilizarla. Órganos consultivos y colectivos
sociales se han pronunciado extensamente, y exceptuando a una fantasmal
Coalición –en la que cada día se hace más difícil la convivencia de
intereses entre verdaderos autores y simples intermediarios- ningún jurista
de prestigio ha defendido el anteproyecto de ley.

Y ya que menciono la Coalición… Ignoro si el experto en relaciones públicas
que la bautizó conoce la Historia: siempre es preferible atribuir a la
ignorancia lo que de otra forma sería traición a quien le contrató. No se
explica de otra forma tamaña necedad: si te autodenominas Coalición, estás
reconociendo que lo que tienes delante es una Revolución que antes o después
se convertirá, inexorablemente, en nueva República.

Autores y editores, perdidos en la Biblioteca

Lo divertido de toda esta historia es el origen: el concepto de copia
previsto en la Ley de Propiedad Intelectual. Algo que desde el principio es
un timo en toda regla.

El primer engañado es el propio autor, al que se le hizo creer que el número
de copias se podía controlar, y que su editor siempre le diría la verdad.
Peor es el yerro del editor, al que sus asesores le dijeron que se podría
perseguir toda copia no autorizada.

Pero no hay peor engaño que el de aquel que se engaña a sí mismo, y llega a
construir organizaciones con el sólo objetivo de perseguir la copia:
organizaciones despojadas completamente de su objetivo fundacional, la
protección del autor, y que sólo aspiran a su propia supervivencia, basada
en la represión.

Los impulsores de la Disposición Final Primera de la Ley de Economía
Sostenible son charlatanes, vendedores de elixires milagrosos, que han
engañado a autores, editores, y aún a sí mismos, para mantener hasta el
final una inmensa ficción jurídica: la posibilidad de perseguir o impedir la
copia de las obras en cualquier tipo de circunstancia.

Hasta el último jurista español conoce el principio establecido en el
artículo 3, apartado 1 del Código Civil:

"Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en
relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la
realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo
fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas."

Cuando la realidad social ha permitido que todos los ciudadanos puedan
copiar y compartir libremente sus bibliotecas, la norma deviene inútil. En
el ámbito de la Propiedad Intelectual, una normativa basada en la
persecución de la copia, o del enlace a la copia, no sirve absolutamente
para nada.

Un verdadero asesor le hubiese dicho eso desde el principio a sus clientes,
en lugar de embarcarlos en una guerra perdida de antemano. Un verdadero
asesor hubiese buscado vías alternativas para conseguir que autores y
editores pudiesen seguir viviendo de su trabajo. Pero hace tiempo que
dejaron de ser asesores, para convertirse en asesinos de ideas: un ejército
mercenario que ha acabado por imponerse a aquellos que lo contrataron, en un
verdadero golpe de estado editorial.

Otra propiedad intelectual es posible

El objetivo de la Ley Sinde no es otro que cerrar, a cualquier precio, las
llamadas "páginas de enlaces". Webs cuyo contenido fundamental son enlaces a
archivos compartidos por los usuarios, que en buena parte son copias de
obras protegidas por derechos de autor.

Se parte de un presupuesto erróneo: un número finito de páginas,
cuantificado en aproximadamente 200 páginas por los impulsores de la
censura. Y se olvida de la médula del problema: el hecho evidente de que las
copias seguirán existiendo, multiplicándose hasta el infinito, al igual que
los enlaces.

El principal error reside en la errónea percepción del problema: la copia.
Si cambiamos la perspectiva, se puede abordar la complejidad de otra forma
más favorable para llegar a una solución de consenso.

Y es que el verdadero problema no es la copia. El verdadero problema es
considerar la copia como la protagonista del derecho de autor, cuando el
único protagonista, el protagonista absoluto, no puede ser otro que el
propio autor.

La industria musical, cinematográfica, editorial y del videojuego gira en
torno a un concepto erróneo: el de producto. Hay otra forma de enfocar el
problema: entender que se trata de una industria de servicio. Servicio al
autor y a su público.

Como he explicado anteriormente en varios artículos, el futuro de la
industria pasa por poner en contacto al autor con su público, en el menor
tiempo posible. En un mundo globalizado y digitalizado, la velocidad es
primordial, y en consecuencia, toda la cadena económica debe basarse en la
inmediatez. El editor que consigue ofrecer al público un modelo de acceso
inmediato a las obras, aleja al público de cualquier canal alternativo. Si
algo no puede permitirse la sociedad actual, es perder el tiempo.

Una profecía cumplida

Empecé esta conferencia hablando de Umberto Eco, y he de acabar hablando
nuevamente de él. Porque frente a los bibliotecarios dogmáticos, esclavos
del orden, todos y cada uno de nosotros somos un pequeño y caótico Adso de
Melk: todos y cada uno de nosotros podemos evitar el incendio de la mayor
Biblioteca creada por el espíritu humano.

Umberto Eco no lo sabía entonces, pero él profetizó la Biblioteca que hoy es
Internet. En el año 1981 pronunció una conferencia en la Biblioteca Comunale
de Milán, bajo el título "De Biblioteca". Al final de la conferencia, Eco
–sobre todo, eco de Borges- define lo que para él sería la Biblioteca ideal.
Evidentemente, no podía imaginar los chats, los twitters ni los facebooks.
Pero como en la vieja caverna, todo estaba ya contenido en la Idea: de la
Rosa original sólo nos queda el nombre. La Biblioteca:

Si la biblioteca es, como lo quiere Borges, un modelo del universo,
procuremos transformarla en un universo a medida del hombre, e insisto, a
medida del hombre significa también alegre, aún con la posibilidad de
tomarse un capuchino, y con la posibilidad de que dos estudiantes se sienten
una tarde sobre el sofá, no digo para darse indecentes abrazos, sino para
llevar a cabo parte de su coqueteo en la biblioteca, mientras toman o
devuelven a los estantes algunos libros de interés científico; es decir, una
biblioteca que despierte el deseo de visitarla y se transforme gradualmente
en una gran máquina para el tiempo libre, como lo es el Museum of Modern
Arts donde se puede ir al cine, pasear por el jardín, mirar las esculturas y
consumir una comida completa. Sé que la Unesco está de acuerdo conmigo: "La
biblioteca... debe ser de fácil acceso y sus puertas deben estar abiertas de
par en par a todos los miembros de la comunidad, quienes podrán usar
libremente de ella sin distingos de raza, color, nacionalidad, edad, sexo,
religión, lengua, estado civil y nivel cultural". Es una idea
revolucionaria. Y la alusión al nivel cultural requiere también una acción
de educación, de consejería y de preparación. Y finalmente el otro punto:
"El edificio donde funciona la biblioteca pública debe ser central,
fácilmente accesible aún a los inválidos y abierto en horarios cómodos para
todos. El edificio y su amueblamiento deben ser de aspecto agradable,
cómodos y acogedores; y es esencial que los lectores puedan acercarse
directamente a los estantes".

¿Lograremos transformar la utopía en realidad?

La utopía ya es realidad, y se llama Internet. Una inmensa Biblioteca
abierta a todos, una gran máquina para el tiempo libre, un lugar donde
convivir y aprender, accesible a los discapacitados. Un lugar que atesora
todo el conocimiento humano.

Y un lugar que hoy está en peligro, amenazado por el peor de los dogmatismos
jerárquicos: el que surge de la obediencia y la estupidez.

Todos y cada uno de nosotros podemos evitar este incendio.

Madrid, 3 de marzo de 2010.

Fuente: http://www.kriptopolis.org/

 


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