RINCÓN DEL AUTOR
Los dudosos frutos de la educación
Por: Abelardo Sánchez León
Miércoles 10 de Febrero del 2010
La relación que existe entre las negligencias que cometen los médicos y su formación universitaria es un asunto directo e "incontrastable" como la ciudad de Huancayo. Hasta hace algunos años ser médico en el Perú era todo un prestigio arduamente ganado, pero hoy en día, con el relajo generalizado de la educación superior, ser médico es una profesión que está a mano de cualquier estudiante de colegio. Sin duda, la universidad equivale cada vez más a la educación secundaria y las maestrías pretenden parecerse a una educación superior más exigente. Las maestrías, sin embargo, se llevan a cabo entre el sueño y la vigilia, en aquella dulce duermevela, entre el cansancio absoluto y la atención precaria o sobre la base de ciertas lecturas apresuradas los fines de semana y el agotador trabajo de la oficina.
La multiplicación de universidades trae una desconfianza creciente respecto de la calidad de los profesionales que se colocan en sociedad, sobre todo si se tratan de médicos, ingenieros o abogados. Uno tiene que ir confesado a una operación y verle directamente la cara al médico, porque esa cara y su comportamiento dice más que su cartón. Los cartones se regalan, se subastan o se rifan. Muchos médicos sacan su cuarta y colocan en su tarjeta el nombre de la universidad donde han estudiado, siempre y cuando ella sea prestigiosa, para convencer al paciente de que se le amputará la pierna correcta. Hay que andarse con mucho cuidado y darse una vueltita por las universidades que han proliferado, por las nuevas facultades de medicina y reconocer en esos edificios atestados un atisbo de calidad.
No voy a repetir con Jorge Manrique que "todo tiempo pasado fue mejor", pero sin duda los médicos daban más confianza. Eran nueve duros años de estudio, ¿sí o no? Ahora la oferta de universidades es tan amplia que para todos hay sitio. Unos estudian mientras trabajan y otros trabajan mientras estudian y la mayoría hace como que estudia y los profesores como que enseñan. Esa es la verdad de la milanesa: el que se pica pierde, no hay que pisar el palito, no hay que ser políticamente incorrecto. Pero lo que todo el mundo intuye es una verdad de Perogrullo: médicos somos todos y, con frecuencia, preferimos la receta de nuestra farmacéutica, pues al menos le conocemos la cara, ya que en el Perú los cartones están bobos.
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