domingo, 14 de noviembre de 2010

Lula un modelo o una inspiracion?

Alfredo Barnechea

LA MAYORÍA DE UNO

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Lula como modelo

29 de Agosto del 2010  
      
LIMA | La derecha manejaba bien la economía. La izquierda, y la centroizquierda, administraban el despilfarro.

Este era el lugar común. Pero, por un lado, la crisis internacional mostró que los mercados, sin regulación, se convertían en casinos. Por otro, gobiernos como el de Lula han sido, como lo ha reconocido esta semana Alan Beattie, el editor económico internacional del Financial Times, "un ejemplo exitoso de socialdemocracia en América latina".

Cuando Lula llegó al poder el 2002, los mercados estaban en pánico y castigaban cualquier inversión en Brasil. El Fondo Monetario había prestado 30 mil millones de dólares para tratar de calmar ese desorden. Lula hizo lo que no se esperaba: decidió un superávit fiscal de 4,25 por ciento, mucho más de lo que el FMI reclamaba.

Desde entonces, su gobierno ha sido una mezcla de ortodoxia fiscal, apertura global, crecimiento como consecuencia, pero todo eso acompañado de programas igualmente exitosos contra la pobreza como Hambre Cero y Bolsa Familia.

Así, ocho años después, Brasil es parte de los BRICs y un jugador político global, a veces controversialmente como en su actuación en Irán, pero que está allí para quedarse.

En 1942, Stefan Zweig, refugiado en Petrópolis, donde se suicidaría muy poco después, publicó un librito famoso: Brasil, país del futuro. Los malvados dijeron que efectivamente era el país do futuro... y siempre lo sería, por su mala administración. Lula lo ha convertido en uno de los actores globales del presente.

En parte, hay que reconocerlo, lo ha hecho sobre el trabajo previo del gobierno de Cardoso. Con todo, creo que no es del todo injusto decir que, a diferencia de Cardoso, carioca de nacimiento pero expresión de la élite paulista más afrancesada, que miró un poco por encima del hombro a sus vecinos latinoamericanos (salvo para promover los intereses brasileños en IIRSA), Lula ha cultivado más "horizontalmente" la región.

Falta saber, todavía, cómo Brasil manejará su nueva riqueza petrolera y gasífera. ¿Vivirá una réplica de la "enfermedad holandesa" (cuando los descubrimientos del mar del Norte ahogaron la economía de Holanda), o seguirá el exitoso modelo de Noruega? En cualquier caso, Lula y el PT han entrado ya en la historia de Brasil.

El sistema moderno de partidos brasileños procede en el fondo de Getulio Vargas. Desde la caída de Pedro II y el Imperio hasta Vargas, hubo la "República Velha", la república vieja. Getulio Vargas la reemplazó en 1930 con su Estado Novo, que duró hasta 1945. Al renunciar a la Presidencia, dejó, no uno, sino dos partidos, que están en el origen de muchas formaciones políticas brasileñas: el PSD, el partido de los "tenentistas", que agrupaba más bien a sus burócratas, y del que salió Juscelino Kubitschek; y el partido trabalhista, que agrupaba a su base más popular, del que surgió más tarde Jango Goulart. En 1956 Kubitschek reunió las dos formaciones cuando le propuso a Goulart que fuera su vicepresidente.

El PT de Lula ha sido una creación igualmente ingeniosa: sindicalistas, ex guerrilleros, profesionales de clase media, teólogos de la liberación, entre muchos componentes. Pero no se le entendería sin su conexión profunda con Sao Paulo. De alguna manera, Lula es la expresión "alternativa" del "establecimiento" paulista.

El Brasil moderno procede de Kubitschek, acaso el más grande Presidente latinoamericano de todos los tiempos, cuando ofreció, y casi cumplió, "hacer cincuenta años en cinco". Lula ha continuado la estela de Kubitschek, la de los presidentes "activistas". Ambos introdujeron en la política un talante radicalmente optimista, que conectó con esa voracidad del futuro de la historia brasileña.

Lula deja un formidable modelo para los socialdemócratas latinoamericanos. Al mismo tiempo, sirve como un extraño imán para gente que viene de tradiciones originalmente distintas: en él pueden reconocerse apristas, ex marxistas, o cristianos progresistas.

El Perú no es Brasil, que tiene 8 millones y medio de kilómetros cuadrados, contra nuestro millón doscientos ochenta y cinco mil kilómetros cuadrados, un quince por ciento de la extensión brasileña. Pero, a diferencia de las grandes extensiones que hacen del Brasil una potencia agrícola mundial, nuestro territorio se va para arriba, por lo que somos, o podemos ser, una potencia minera. Si lo "achatáramos" acaso sería del tamaño de Brasil. Por eso la discusión y el uso de esa "renta natural" es el tema crucial de nuestra economía desde tiempos coloniales. ¿Cómo la usamos? ¿Para despilfarrarla en el populismo, o para financiar, por qué no, un modelo socialdemócrata como el danés, que combina flexibilidad laboral con seguros de desempleo y, en general, un Estado del Bienestar? Acaso esta pregunta apunte a nuestro dilema de fondo. Un dilema en el que la experiencia de Lula sirve como un modelo enormemente inspirador.




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