Vía crucis de un Estado desmemoriado
No hay derechos humanos de una clase ni derechos humanos de otra clase. Hay simplemente derechos humanos. Los tiene el ladrón de bodegas como el narcotraficante, el revoltoso social como el criminal.
Desde esta perspectiva nadie puede negarle a un terrorista sus derechos humanos, pero desde un Estado que ampara la equidad de esos derechos, equidad que hace que terminen allí donde comienzan los de los demás.
Los derechos humanos no pueden ser invocados como producto de la presión o manipulación política que busca torcer lo que la justicia establece.
De esta forma emerge el doble estándar del Estado Peruano, que así como protege los derechos humanos los distorsiona y confunde, mediante una irresponsable superposición de leyes y decretos que acaba por facilitar libertades y semilibertades a favor de prisioneros por terrorismo que no lo merecen, convirtiendo en muchos casos tales beneficios en nuevos detonantes de conflictos sociales que se daban por superados.
¿Quién corrige estos vericuetos legales? ¿El Congreso? ¿El Estado en su conjunto?
Lástima que hayamos reparado en el grueso error recién a causa de la liberación condicional de la terrorista Lori Berenson. Hay poco o nada que hacer respecto de este caso concreto, excepto revisar, desde el lado de los beneficios de la sociedad peruana, la maraña de la legislación vigente, revisada hasta el hartazgo para otorgar beneficios excepcionales a los encarcelados por terrorismo.
A contrapelo de la memoria de la guerra contra el terrorismo que queremos construir, con un museo de por medio, hay otra memoria frágil que se instala en nuestro ordenamiento legal y que no se hace responsable de nada.
¡Qué t
Vía crucis de un Estado desmemoriado
No hay derechos humanos de una clase ni derechos humanos de otra clase. Hay simplemente derechos humanos. Los tiene el ladrón de bodegas como el narcotraficante, el revoltoso social como el criminal.
Desde esta perspectiva nadie puede negarle a un terrorista sus derechos humanos, pero desde un Estado que ampara la equidad de esos derechos, equidad que hace que terminen allí donde comienzan los de los demás.
Los derechos humanos no pueden ser invocados como producto de la presión o manipulación política que busca torcer lo que la justicia establece.
De esta forma emerge el doble estándar del Estado Peruano, que así como protege los derechos humanos los distorsiona y confunde, mediante una irresponsable superposición de leyes y decretos que acaba por facilitar libertades y semilibertades a favor de prisioneros por terrorismo que no lo merecen, convirtiendo en muchos casos tales beneficios en nuevos detonantes de conflictos sociales que se daban por superados.
¿Quién corrige estos vericuetos legales? ¿El Congreso? ¿El Estado en su conjunto?
Lástima que hayamos reparado en el grueso error recién a causa de la liberación condicional de la terrorista Lori Berenson. Hay poco o nada que hacer respecto de este caso concreto, excepto revisar, desde el lado de los beneficios de la sociedad peruana, la maraña de la legislación vigente, revisada hasta el hartazgo para otorgar beneficios excepcionales a los encarcelados por terrorismo.
A contrapelo de la memoria de la guerra contra el terrorismo que queremos construir, con un museo de por medio, hay otra memoria frágil que se instala en nuestro ordenamiento legal y que no se hace responsable de nada.
¡Qué triste!
Y junto al olvido de la sociedad en su padecimiento colectivo, hay otro olvido tanto o más grave: el del papel del Estado como articulador de escenarios patéticos: aquel donde habitan las conclusiones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, aquel donde predomina el enredo jurídico cotidiano, a merced de quienes pueden sacar provecho en los estrados judiciales, y aquel donde las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional quisieran pasar a la ofensiva contra el narcoterror, cuando lo primero que deben enfrentar es su escasez de recursos.
Es este Estado desmemoriado el que se resiste a cambiar, mientras se esfuerza por desconocer sus propios pasos que lo llevaron a quebrar el espinazo del terrorismo.
Lo peor que nos puede pasar es convertirnos en capitanes de este Estado desmemoriado, en vez de bregar por su lucidez.
riste!Y junto al olvido de la sociedad en su padecimiento colectivo, hay otro olvido tanto o más grave: el del papel del Estado como articulador de escenarios patéticos: aquel donde habitan las conclusiones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, aquel donde predomina el enredo jurídico cotidiano, a merced de quienes pueden sacar provecho en los estrados judiciales, y aquel donde las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional quisieran pasar a la ofensiva contra el narcoterror, cuando lo primero que deben enfrentar es su escasez de recursos.
Es este Estado desmemoriado el que se resiste a cambiar, mientras se esfuerza por desconocer sus propios pasos que lo llevaron a quebrar el espinazo del terrorismo.
Lo peor que nos puede pasar es convertirnos en capitanes de este Estado desmemoriado, en vez de bregar por su lucidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario