lunes, 30 de mayo de 2011

La revolucion de los 50

Beltrán y la Revolución de los 50´s

Desde 1934, en que Beltrán asume la conducción de LA PRENSA, el periódico dedica sus mejores esfuerzos a sustentar los postulados del Partido Nacional, del cual Don Pedro era también Presidente. Era esta una agrupación de tendencias anti-marxistas, a cuyo seno acudían tanto elementos que jamás habían actuado en política, como otros que habían figurado en partidos cuya misión histórica había terminado, y quienes ostentaban una limpia hoja de actuación, según la definición consignada en la revista chilena Zig-Zag en una edición especial por el Cuarto Centenario de Lima.
Tipográficamente era un diario moderno para los estándares de la época. Sus talleres se equiparon con modernos linotipos y máquinas Ludlow, que formateaban los textos y titulares en macizos lingotes de plomo. La impresión fue mejorando al ritmo de las nuevas tecnologías, pues LA PRENSA desde esos primeros tiempos fue un diario innovador, a diferencia de El Comercio, que siempre fue reacio a incorporarse a las nuevas tendencias.
El contenido del periódico y el tratamiento de la noticia, sin embargo, no habían cambiado casi nada. Las noticias seguían siendo tratadas como pequeños chismes cotidianos, contados coloquialmente o sazonados con las particulares opiniones y puntos de vista de sus redactores. Esto, naturalmente, respondía a los requerimientos informativos de una ciudad como Lima, aún pequeña y semialdeana, donde las opiniones valían mucho más que las propias noticias. La gran inmigración de los 50 y 60 aún no se había producido.
No existían en los periódicos redacciones en el sentido que hoy se conoce. Las colaboraciones eran la mayor fuente de material local, generalmente firmadas. Las noticias del extranjero se conocían vía el vapor, es decir a través de los barcos que llegaban al Callao con los periódicos y revistas europeos o norteamericanos.
Pese a ello, con el desarrollo de la radio y el cable transoceánico, poco a poco LA PRENSA fue incorporando avances como los servicios cablegráficos, que le permitían informar el mismo día de sucesos distantes.
Pero esto no era suficiente para Beltrán. El, para entonces, ya era un ciudadano del mundo.
No sólo se había graduado en la prestigiosa Escuela de Economía de Londres, y había innovado el agro nacional incorporando técnicas y avanzados sistemas de cultivo en su hacienda Montalbán de Cañete, sino que tardíamente se había casado con Miriam Kropp, una espigada norteamericana cuya fortuna familiar era superior a la de él, pero que aceptó vivir en Lima sin desarraigarse del todo de su propio país. Es así como los Beltrán hacían frecuentes viajes a Estados Unidos, y en ellos el joven y ambicioso Pedro se imbuía y maravillaba de la precisión e influencia social y política del periodismo norteamericano, del cual aprendió mucho, particularmente del The New York Times de cuyo editor Arthur Hays Sulzberger era cercano amigo.
La fórmula era separar las noticias de las opiniones. Se llamaba el periodismo objetivo, donde los hechos se contaban como sucedían, sin agregarles ni quitarles una coma, siguiendo una especie de ritual donde el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué? eran las preguntas que debían ser satisfechas.
Quienes producían esas notas objetivas, esas informaciones en el sentido más exacto, eran especialistas, reporteros y redactores preparados para plasmar en textos concisos y graduados toda la esencia de un hecho, cualquiera fuera su naturaleza.
Naturalmente que las seis preguntas a contestar no configuraban un acto mecánico, una camisa de fuerza. En su tratamiento surgían mil posibilidades, y la habilidad de cada redactor se reflejaban en estilos diferenciados, donde el manejo del idioma marchaba a la par que el juego de los sentimientos y las expresiones.
Pedro Beltrán visualizó que para que LA PRENSA entrara al camino de la objetividad tenía que preparar gente. Ese trabajo no se podía hacer con diletantes, trasnochadores de cantina, poetas ni escritores ocasionales. No había en el Perú, por supuesto, escuelas de periodismo, y LA PRENSA se convirtió de repente en la primera gran universidad del periodismo peruano.
El propio Beltrán se hizo periodista, y aunque no descolló como redactor no tenía quizás los atributos propios del profesional del lenguaje- sabía exactamente lo que quería, y cómo lo quería.
Escribir de acuerdo a las nuevas técnicas no era todo, también había que presentar las noticias de otro modo. Hasta entonces los periódicos eran una especie de caja de Pandora, donde se entremezclaban opiniones, avisos, trascendidos y colaboraciones sin más orden y concierto que los que imponían los armadores de página en los talleres. Las ramas de plomo en que se armaban las formas tipográficas eran llenadas conforme se recibía y armaba el material.
Siguiendo las normas de redacción periodística norteamericanas, establecidas en The New York Times principalmente ejemplo que siguió LA PRENSA en lo básico, aunque el diseño fue inspirado en el del Herald Tribune- Beltrán innovó el tratamiento y la presentación de las noticias.
La diagramación -el diseño- formó parte de los requerimientos del nuevo diario: Un orden interno, en secciones claramente diferenciadas, con la publicidad dispuesta en su lugar, al lado de las noticias, no mezclada con ellas.
LA PRENSA fue el primer diario peruano que abrió una Primera Página con noticias, empezando por lo más importante o interesante de la jornada. Hasta muchos años más tarde, El Comercio un mastodonte siempre reacio a los cambios- publicaba en su portada únicamente avisos, como si las noticias no tuvieran mayor importancia.
No voy a hablar aquí de cómo era Beltrán voy a dedicar un capítulo especial a su figura- pero sí debo rescatar que su principal aporte fue considerar al lector como el verdadero sustento del periódico. Ya no se escribía para agradar al Director, sino para agradar al lector, al público que iba a leer el diario al día siguiente.
Para llevar a cabo esta enorme tarea necesitaba gente preparada. La encontró en las universidades, especialmente en las carreras de letras y literarias. Una pléyade de jóvenes entró a LA PRENSA para sumarse a un ejército nuevo que iniciaba una verdadera revolución. Algunos eligieron las noticias de calle, las fuentes políticas o el deporte, otros el editorial, que recibió también un trato más consistente y organizado, entraron mujeres a las redacciones para ocuparse de temas apropiados (cocina, hogar, familia) el feminismo aún no incursionaba en la sociedad peruana-.
La revolución que inició Beltrán en los 50s se prolongó por muchos años. Gente formada en su redacción, en la querida Cueva de Baquíjano (después explicaré por qué), contribuyó a formar nuevos diarios, y mientras El Comercio y la Crónica languidecían con sus moldes obsoletos, surgieron Expreso, Correo y La República, aunque también, otros que aprendieron mal, dieron origen a engendros de los cuales prefiero no tratar en este homenaje.

(continuará)

El despacho

Austero despacho de la Dirección de LA PRENSA. Desde aquí Beltrán dirigía como un gran Capitán todos los resortes del diario. Por sus sillones de clásico y elegante cuero negro pasaron los personas más importantes de la época: ministros de Estado, embajadores, políticos, empresarios, etc. Era el corazón de esta gran empresa.

Una mujer mayor; Tamaño real= 180 píxels de ancho


Los Talleres

Un hombre vistiendo tuxedo; Tamaño real= 180 píxels de ancho

Aquí vemos a los linotipistas en plena tarea. Qué lejos estaban las computadoras.



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