El nacionalismo salvaje
Un amigo venezolano me dijo un poco en broma y un poco en serio: "los peruanos no saben la suerte que tienen de que Humala y su gente no sean tan inteligentes. Martha Hildebrandt dio en el clavo al calificar a Ollanta de 'cachaco mediocre' cuando llamó 'cabrones' a Fujimori y al presidente García". Su comentario no ha logrado tranquilizarme respecto a los Humala y su comparsa.
Es que no han sido pocos los "cachacos mediocres" que han hecho de la suyas en el gobierno de nuestro país: Sánchez Cerro, Benavides, Odría, Velasco Alvarado y Morales Bermúdez, por mencionar solo a los del siglo pasado, y en otros países vecinos: Pérez Jiménez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Videla en Argentina y, claro, Pinochet en Chile; en ocasiones en alianza con civiles, como Bordaberry en Uruguay y Fujimori en el Perú.
Suelen enarbolar la bandera del nacionalismo y proclamarse "salvadores de la patria" frente a una catástrofe que anuncian como inminente, y rápido, muy rápido, empresarios e ideólogos de alquiler se suben a su coche. A Pinochet, por ejemplo, se le subieron los Chicago Boys del neoliberalismo, a Velasco Alvarado los neotupacamaristas. Pero que hayan sido estos y no otros fue algo fortuito, pudieron haber sido grupos de tendencias exactamente opuestas. Es cuestión de suerte y oportunidad.
El sentimiento natural de pertenencia o identificación con una nación fue el impulso fundamental de las luchas independentistas y la formación de los estados nacionales en los siglos XIX y XX. Muchos pensadores creyeron que la globalización pondría en evidencia la obsolescencia de los nacionalismos y que traería consigo, a la corta o a la larga, la abolición de las fronteras nacionales.
Se equivocaron rotundamente. Para su sorpresa, se destapó la olla del nacionalismo perverso al que se refiere Berlín: la convicción de que el carácter de los individuos está configurado por el grupo al que pertenecen, que no puede ser comprendido sino solo definido por la lengua, las costumbres, la cultura, la religión o la raza, que los lleva a formar parte de una unidad esencial, la nación, con metas supremas comunes, a las que todo y todos deben subordinarse. Esta ideología desemboca, inevitablemente, en una violencia feroz hacia los grupos diferentes o que pretendan diferenciarse, violencia que pasa a ser el leitmotiv del discurso y accionar de quienes la propugnan.
Apelando a sentimientos patrióticos, los neonacionalistas cultivan los odios más intensos y pergeñan las alianzas más extrañas para lograr sus propósitos. En el Perú, los etnonacionalistas utilizaron el vientre de alquiler de UPP en 2006, ahora serán el vientre de alquiler de Patria Roja. El "cachaco mediocre" pretende disfrazarse de izquierda combinando el nacionalismo salvaje con el fascismo populista. Contra eso hay que luchar.
Es que no han sido pocos los "cachacos mediocres" que han hecho de la suyas en el gobierno de nuestro país: Sánchez Cerro, Benavides, Odría, Velasco Alvarado y Morales Bermúdez, por mencionar solo a los del siglo pasado, y en otros países vecinos: Pérez Jiménez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Videla en Argentina y, claro, Pinochet en Chile; en ocasiones en alianza con civiles, como Bordaberry en Uruguay y Fujimori en el Perú.
Suelen enarbolar la bandera del nacionalismo y proclamarse "salvadores de la patria" frente a una catástrofe que anuncian como inminente, y rápido, muy rápido, empresarios e ideólogos de alquiler se suben a su coche. A Pinochet, por ejemplo, se le subieron los Chicago Boys del neoliberalismo, a Velasco Alvarado los neotupacamaristas. Pero que hayan sido estos y no otros fue algo fortuito, pudieron haber sido grupos de tendencias exactamente opuestas. Es cuestión de suerte y oportunidad.
El sentimiento natural de pertenencia o identificación con una nación fue el impulso fundamental de las luchas independentistas y la formación de los estados nacionales en los siglos XIX y XX. Muchos pensadores creyeron que la globalización pondría en evidencia la obsolescencia de los nacionalismos y que traería consigo, a la corta o a la larga, la abolición de las fronteras nacionales.
Se equivocaron rotundamente. Para su sorpresa, se destapó la olla del nacionalismo perverso al que se refiere Berlín: la convicción de que el carácter de los individuos está configurado por el grupo al que pertenecen, que no puede ser comprendido sino solo definido por la lengua, las costumbres, la cultura, la religión o la raza, que los lleva a formar parte de una unidad esencial, la nación, con metas supremas comunes, a las que todo y todos deben subordinarse. Esta ideología desemboca, inevitablemente, en una violencia feroz hacia los grupos diferentes o que pretendan diferenciarse, violencia que pasa a ser el leitmotiv del discurso y accionar de quienes la propugnan.
Apelando a sentimientos patrióticos, los neonacionalistas cultivan los odios más intensos y pergeñan las alianzas más extrañas para lograr sus propósitos. En el Perú, los etnonacionalistas utilizaron el vientre de alquiler de UPP en 2006, ahora serán el vientre de alquiler de Patria Roja. El "cachaco mediocre" pretende disfrazarse de izquierda combinando el nacionalismo salvaje con el fascismo populista. Contra eso hay que luchar.
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