El fascismo en el Perú
Como el tema del fascismo me interesa y preocupa, me llamó mucho la atención la portada del último número de la edición peruana de Le Monde Diplomatique, que ilustra con una gran fotografía de un quepí el título del artículo "El Perú fascista", de Alberto Adrianzén, que me apuré en buscar. No demoré en encontrarlo gracias a las fotos del busto de un soldado en bronce y de un dóberman que acompañan el texto. El título y las imágenes del quepí, el soldado y el perro, que asocian al Perú con el militarismo fascista italiano y la ferocidad implacable del nazismo alemán, no hicieron sino acentuar mi curiosidad. Grande fue mi sorpresa cuando, al leerlo, no encontré ni una sola línea al respecto.
Tirso Molinari, en su imprescindible El fascismo en el Perú, nos recuerda que en 1931 se fundó el primer partido fascista, la Unión Revolucionaria, en torno a la figura de Sánchez Cerro. La vieja tradición del caudillismo militar se había enfundado en un ropaje ideológico. Tras su muerte, hubo marchas de camisas negras comandadas por Luis A. Flores en busca de otro caudillo salvador. Habían importado el modelo italiano de Mussolini: populismo clientelista con toques mesiánicos, ejercicio impune de la violencia y odio a los otros plasmado en un acentuado racismo, en aquel entonces focalizado en chinos y japoneses, mientras que, en la versión más contemporánea de los Humala, en la exaltación de la raza cobriza.
Todo fascismo es totalitario, pero no todo totalitarismo es fascista. El fascismo es etnonacionalista, corporativista y, como apunta Hanna Arendt, como todo sistema totalitario "no obstante su manifiesta criminalidad, se basa en el apoyo de las masas". Desdeña los valores y derechos de la democracia, y se ensaña con todo aquel que parezca no avenirse a la primacía absoluta de los intereses del Estado hasta su eliminación física. Su misión es la refundación de la patria a partir del sometimiento a un liderazgo único.
Luego de Sánchez Cerro y Benavides, en el siglo XX hubo un par de regímenes más de inspiración fascista: el ochenio de Odría –con Esparza Zañartu, antecesor de Montesinos– y el gobierno "revolucionario" de Velasco y su Sinamos con afanes corporativizantes y la eliminación de la democracia y las libertades. Luego de un interludio democrático, vino el autogolpe de Fujimori y su autoritarismo (no fascista) militar cleptocrático.
La caída del Muro de Berlín y de los socialismos reales dio pie a la reaparición de etnonacionalismos atávicos, y el desplome de Wall Street, a la posibilidad de enmascararlos como movimientos de izquierda con el apoyo internacional de regímenes fascistas amigos. Ya hemos visto en Andahuaylas un avance de lo que pueden hacer sus tropas de choque. La portada del último Caretas grafica acertadamente dónde está el peligro.
Tirso Molinari, en su imprescindible El fascismo en el Perú, nos recuerda que en 1931 se fundó el primer partido fascista, la Unión Revolucionaria, en torno a la figura de Sánchez Cerro. La vieja tradición del caudillismo militar se había enfundado en un ropaje ideológico. Tras su muerte, hubo marchas de camisas negras comandadas por Luis A. Flores en busca de otro caudillo salvador. Habían importado el modelo italiano de Mussolini: populismo clientelista con toques mesiánicos, ejercicio impune de la violencia y odio a los otros plasmado en un acentuado racismo, en aquel entonces focalizado en chinos y japoneses, mientras que, en la versión más contemporánea de los Humala, en la exaltación de la raza cobriza.
Todo fascismo es totalitario, pero no todo totalitarismo es fascista. El fascismo es etnonacionalista, corporativista y, como apunta Hanna Arendt, como todo sistema totalitario "no obstante su manifiesta criminalidad, se basa en el apoyo de las masas". Desdeña los valores y derechos de la democracia, y se ensaña con todo aquel que parezca no avenirse a la primacía absoluta de los intereses del Estado hasta su eliminación física. Su misión es la refundación de la patria a partir del sometimiento a un liderazgo único.
Luego de Sánchez Cerro y Benavides, en el siglo XX hubo un par de regímenes más de inspiración fascista: el ochenio de Odría –con Esparza Zañartu, antecesor de Montesinos– y el gobierno "revolucionario" de Velasco y su Sinamos con afanes corporativizantes y la eliminación de la democracia y las libertades. Luego de un interludio democrático, vino el autogolpe de Fujimori y su autoritarismo (no fascista) militar cleptocrático.
La caída del Muro de Berlín y de los socialismos reales dio pie a la reaparición de etnonacionalismos atávicos, y el desplome de Wall Street, a la posibilidad de enmascararlos como movimientos de izquierda con el apoyo internacional de regímenes fascistas amigos. Ya hemos visto en Andahuaylas un avance de lo que pueden hacer sus tropas de choque. La portada del último Caretas grafica acertadamente dónde está el peligro.
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