sábado, 17 de marzo de 2012

QUE ES UN CAVIAR... mas

¿QUÉ ES SER "CAVIAR" EN EL PERÚ?


Excelente artículo de Alberto Vergara Paniagua, dedicado a todos aquellos a quienes no les arde el apelativo de "caviares" y que mas bien ahora ha pasado a ser el adjetivo que identifica a los que se preocupan por el respeto irrestricto de los derechos humanos y de los principios de la democracia.











Alberto Vergara Paniagua





El 2003 salí del Perú. Cada vez que regreso percibo cambios de todo tipo en el país. Entre los que más me divierten están los vinculados al vocabulario de los limeños (es difícil hablar por el resto del país). Por ejemplo, en este lapso, ‘bravazo’ ha exiliado al venerable ‘mostro’, ‘estar aguja’ amenaza con jubilar al arcaico ‘estar misio’, y ‘chévere’ dejó de ser una ironía a los culebrones venezolanos para ser el reemplazo oficial de ‘bacán’. Pero ninguna novedad lingüística se compara con el éxito de la palabra ‘caviar’ (y todos sus derivados).



Lo que más me sorprende de ‘caviar’ es el radio de su influencia pues se ha convertido en una categoría política con todas las de la ley. Por ejemplo, en una reciente entrevista, el presidente Alan García afirma que a él no le gusta la Corte de San José de Costa Rica pues ha escuchado decir que “está politizada, por decirlo como se dice dentro del Perú, caviares” (sic). Una vez que el Presidente utiliza el término para explicar algo de la mayor importancia para las relaciones internacionales del país, convendremos en que la palabreja ha pasado a ser una categoría con poderes políticos indiscutibles. Y algo similar sucede en el mundo académico. Recientemente, le envié a un amigo un ensayo y me contestó que el argumento ahí expuesto le parecía “algo caviarón”. Diablos, pensé, algo está pasando en el país porque hasta hace poco este amigo me hubiera criticado por ser “marxista”, “institucionalista”, “conservador” o algo por el estilo, pero... ¿caviarón? En fin, tal parece que ahora la palabra sirve para regir la política exterior del país y también para cuestiones académicas.



Itinerario. Si mal no recuerdo, a inicios de los 2000 el diario Expreso y sus satélites utilizaban la expresión “los cívicos” para aludir a un grupo de gente de izquierda proveniente de las ONG, que ingresaron a trabajar al Estado durante los gobiernos de Valentín Paniagua y Alejandro Toledo. “Cívicos” tenía su gracia porque aludía a dos cosas. De un lado a la procedencia de personajes llegados de la sociedad civil y, en segundo lugar, al tonito moralizante y/o dolido que muchos de ellos, en efecto, muestran en sus apariciones públicas. De pronto, en algún momento de los tempranos 2000, alguien se enteró de que en Francia existía el término “gauche caviar” y, entonces, el mismo grupo de personas pasó a ser identificado como la “izquierda caviar” (por cierto, los motes varían según los países, en Suiza son los “toscana-zosi”, en Inglaterra los “champagne socialists” y en Estados Unidos Tom Wolfe los bautizó como “radical chic”).



“Izquierda caviar” ya era un concepto más cachaciento que “los cívicos” pues el contenido dejaba de ser institucional/moral para pasar a ser ideológico/social. Vale decir, no bastaba con ser rojo. Para encajar en la categoría había que ser “rojo” y pituco (lo que en el Perú, desde luego, implica ser “rojo”, pituco y blanco). Ideología, clase y raza en un solo combo. De ahí que se dijera que si había “izquierda caviar”, también había una “izquierda salchipapa”. Finalmente, en los últimos años, sintomáticamente, a la etiqueta se le retiró el elemento ideológico y sobrevivió el de clase y raza: “caviar”. Y ahora Rosa María Palacios o Augusto Álvarez Rodrich han pasado a ser caviares.



Si la palabra ha sido un éxito es porque algo de caviarismo existe. Se percibe su existencia, por ejemplo, cuando las mesas de la pastelería La Baguette de San Isidro albergan a los teóricos del movimiento plebeyo y nacionalista que hará la gran transformación del Perú. Ante la escena suelo pensar que la palabra tiene derecho de ciudadanía. En segundo lugar, la palabreja capta bien la política peruana, la cual jamás llega a escindirse de lo social ni de lo étnico (o sea que para entender nuestra política además de ciencia política hacen falta sociología y antropología). Y en el mismo sentido, da indicios de que los antagonismos políticos pueden entrar en combustión con más éxito desde la condición social que desde las ideas políticas. En tercer lugar, creo que el éxito de la palabra está vinculado al auge de los blogs en los últimos años. Los blogs han abierto una cancha donde triunfa la “boquilla” y donde “caviar” se transforma en un verduguillo fantástico para el chaveteo anónimo y cotidiano.



Ahora bien, cuando Kenyi Fujimori se deschaveta ante la multitud y vocifera “van a ver señores caviares, vamos medir fuerzas en las calles”, ahí la cosa se pone analíticamente difícil. Ya no sé a quién se refiere. Entonces, sin llegar al exceso kenyiano, ¿qué moviliza el uso de la palabra? Aquí van cinco intuiciones.



Primero, tengo la impresión de que la oposición caviar/anticaviar recicla de alguna manera la vieja oposición aprismo/antiaprismo que dio forma a buena parte del siglo XX peruano. Un caviar debe ser antiaprista. Y un aprista es anticaviar. Esto se ve en las afinidades del juego político cotidiano. Los apristas hacen buenas migas con los fujimoristas, en gran medida, porque comparten el ánimo anticaviar. Y del lado caviar, por ejemplo, ha habido una cercanía implícita con el grupo El Comercio, que es la institución más duradera del antiaprismo en el Perú (aunque en los últimos tiempos haya migrado al alanismo). Cuando las papas queman, emergen las históricas fracturas recicladas.



En segundo lugar, la palabra esconde una voluntad desordenada y chacotera de desautorizar cualquier idea de izquierda en el país. Es decir, su uso intenta ligar irremediablemente ciertos valores a ciertos rostros; ciertas ideas a ciertas pieles. Esto es, a todas luces, nocivo pues una derecha responsable debería darse cuenta de que la aparición de una izquierda moderna sería la mejor manera de darle cierto orden político al país. Y también es injusto pues, si las ideas de izquierda en el Perú estuviesen desautorizadas por su ADN pituco, el pecado original lo comparte también la derecha. Si no, los invito a ver el comunicado en apoyo a José Luis Cipriani aparecido hace algunas semanas en un diario local. En muchos años no se había visto nada tan oligárquico y reaccionario.



Tercero, el éxito de la palabra debería generar que cierta izquierda peruana se pregunte con honestidad: ¿por qué le caemos tan mal a la gente? Aunque en las mesas de los cafés hayan abundado las conversaciones sobre los errores de la izquierda durante los ochenta, de cara al país no ha habido ningún gesto, ningún pronunciamiento, ningún mea culpa sincero. Y acaso ya sea muy tarde para eso.



De otro lado, no olvidemos tampoco el uso con mala leche del término. Su utilización vinculada a los intereses militares, de quienes quisieran que en el Perú se pueda seguir desapareciendo gente sin que venga ningún “cholo igualado” a pedirle cuentas a nadie. O el uso de quienes robaron con camión durante los noventa y que en los últimos años intentan hacerle una reingeniería al “business”. El caviarismo según los Soprano.



Finalmente, la palabra es síntoma de algo más grande. Es síntoma de un país donde cualquier discusión programática ha quedado en el olvido, donde no hay partidos y prima una fragmentación sin límites y donde padecemos a una clase política desprovista de toda idea. En ese desierto intelectual y político triunfan la “chapa” y el “apanado”. Reina el palomilla. En medio de esa tierra baldía, una ocurrencia —una chapa ingeniosa entre otras— florece como una categoría política referencial para el Presidente de la República o para nuestros intelectuales. En ese sentido, su éxito es síntoma de un país empachado hasta la inconsciencia del menjunje de fútbol y farándula con el que lo ceban día tras día.



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